La luz es un animal armónico
que todo lo desnuda. Y en esa armonía hace audible lo invisible. Dije con
certeza teórica. Y para captar la atención del público proyecté la imagen de
una mujer desnuda masturbándose en la boca de un laberinto.
Continué:
Ariadna gime de placer en la puerta del laberinto para que el Minotauro
la escuche. Loba en celo, se agita en el eco de su aullido haciendo vibrar el
hilo su voz. La bestia se desespera en el gemido de la doncella. Y finalmente
encuentra la salida, y cuando saca su cabeza de animal desbocado por la pequeña
entrada de piedra del laberinto, Teseo se la corta de un golpe seco y brutal.
Lo mata como se mata a un amigo, con piedad y sin ternura.
Miré desafiante al público y luego sonreí seguro de mi
victoria. Entonces ella levantó la mano y dijo:
Interesante. Usted cree haber invertido la relación. Cree haber puesto
luz sobre el hilo de Ariadna. No hay hilo real que atado al pie de Teseo pueda
guiarlo hasta la salida. Ese hilo no existe. El hilo según usted es el deseo de
la bestia. Es el deseo el que fabrica todas las salidas, incluso en aquellos que
están perdidos en sus laberintos, como el Minotauro. Astuto su argumento. Pero
no modifica un ápice el mito. Tanto usted como el mito dejan intacto un tema
central: Teseo es el héroe, el macho asesino de la bestia. Y Ariadna la débil,
seductora. Pero yo digo: ¿Por qué no decir que Ariadna envaina la espada y
Teseo el que gime en la puerta del laberinto? Yo pienso que usted no se atreve a invertir el
mito: Ariadna la asesina, Teseo el deseante, el Minotauro un deseo en fuga.
Touché. Aplausos.
El bullicio se opacó tras un público prófugo hacia las tazas
de café y los cigarrillos al aire libre. Ella en cambio siguió sentada en su silla. Me acerqué
y le dije:
-Estás castigada. Y lo
sabes.
- Sí, lo sé.
- Entonces irás hacia tu
bañera, y estarás desnuda y excitada. Y abrirás la ducha, y abrirás las
piernas, y con el chorro duro y diverso de esa lluvia, dejarás que el agua desarrolle
toda su estrategia, golpee en tu sexo como una tormenta golpea en las ventanas
desprevenidas, y gemirás y suplicarás que dos labios entibien tus labios
mojados, que besen, que muerdan suave, que laman tus heridas de agua, y gemirás
hasta quedarte ronca cuando te venga el orgasmo, esa multiplicidad de muertes
menores que te gobiernan cuando te penetre hasta el fondo y tus labios estallen
de placer. Y ahora vete.
- ¿Puedo preguntar algo?
- Puedes.
- Cuál es el número de
su habitación.
- El 503. Y no te demores.
Le dije antes de irme.
-----------
Ps: Extracto de mi
conferencia “Myths and modern subjectivity”, Cambridge, April 2012.